Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía
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Historia de una voz que habló y que sigue hablando en clave de pueblo Iván Torres Director Fundación Cultural Rayuela Tras 60 años de impunidad… ¡Jorge Eliécer Gaitán Vive! Y la muerte del pueblo fue como siempre ha sido: como si no muriera nadie, como si no pasara nada, como si fueran piedras caídas sobre la tierra,
En uno de sus libros, el cronista e investigador Arturo Alape, evoca una escena conmovedora: en la esquina occidental de la Avenida Jiménez con carrera séptima, a pesar de la lluvia y del frío mañanero de un nueve de abril bogotano, un puñado de hombres y de mujeres llegan a oficiar un rito con la intención de aquietar la nostalgia de su corazón dolido. Todos y todas rondan los setenta años. Llegan, encienden una grabadora, y envueltos en un silencio que se abre paso en medio del bullicio del lugar, permanecen un buen rato pegados de la magia de la voz que sale a través de un parlante. Sus corazones palpitan al ritmo de aquella voz. Sus manos se empuñan y se levantan con la entonación de aquella voz. Sus ojos brillan con el brillo exacto que adquieren las palabras que pronuncia aquella voz… Esa voz fue adquiriendo su tono y su argumento durante la primera mitad del siglo XX. Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional y se graduó con honores en la Escuela de Especialización Jurídico Criminal de la Universidad de Roma. De regreso a la patria, puso su saber y su inteligencia al servicio de su pueblo: abogado de los humildes (1924-1948), diputado a la Asamblea de Cundinamarca (1924), Representante a la Cámara (1931), Rector de la Universidad Libre (1932), Alcalde Mayor de Bogotá (1936), Magistrado de la Corte Suprema de Justicia (1939), Ministro de Educación (1940), Senador de la República (1942), Ministro de Trabajo (1943), candidato presidencial (1944), jefe único del Partido Liberal (1947).
1 Artículo escrito por Iván Torres, Fundación Cultural Rayuela. 2 Ver Alape, Arturo. El Bogotazo. Memorias del Olvido. Editorial Planeta. Bogotá. 1987.
Pero ¿qué fue lo que hizo que aquella voz fuera especial? ¿Qué fue lo que marcó y lo que marca la diferencia con las impostadas voces de los políticos y los manzanillos de ayer y de hoy? Al decir las personas que vimos hace un momento, agolpadas frente a un parlante en la esquina de la Avenida Jiménez con carrera séptima, esa voz que se rasgaba y que sigue rasgándose por dentro al pronunciar su discurso era y sigue siendo “la encarnación misma de la esperanza”. Esa voz es la encarnación de la esperanza, pues le habló y le sigue hablando con argumentos y sin rodeos al capital, al poder y al autoritarismo, protagonistas de la barbarie que se ha empeñado en desangrarnos. No en vano el maestro Eduardo Umaña Mendoza, nos recuerda que es imposible olvidar que, tras la Masacre de las Bananeras, la navidad de 1928 tuvo un sabor amargo para Colombia pues cientos de trabajadores de United Fruit Company, quienes se encontraban con sus familias en la estación del tren en Ciénaga, lugar en el que habían sido citados para reunirse con el gobernador del Magdalena, fueron asesinados en la madrugada del 6 por soldados al mando del general Carlos Cortés Vargas. En esa ocasión, como Fiscal del Ministerio Público –recuerda el maestro Eduardo Umaña Mendoza-, la voz asumió la defensa de las víctimas, mostró fotos de los niños asesinados, dio los nombres y los apellidos de los asesinos y sentenció: “El ejército colombiano tiene la rodilla hincada ante el capital norteamericano y la altivez en la frente para dispararle a los hijos de la patria”. Al final, el Ejército Nacional, resultó culpable de la masacre. Tras la defensa de los trabajadores bananeros, la voz empezó a meterse en lo más profundo del corazón de su gente, pero entonces sobrevino la zozobra, y tuvo que acostumbrarse a vivir en medio de la amenaza permanente. Esta situación lo llevó a pronunciar una sentencia que se convertiría sin saberlo en una suerte de profecía: “Todo aquel que busque el cambio sociopolítico, todo aquel que luche por el pluriclasismo y la pluriétnia en el suelo de la patria, está definitivamente condenado a muerte”. Pero la voz no sabía de exilios, ni de miedos, ni de silencios obligados. Por eso arreció su tono y movilizó a los suyos, llenó las plazas públicas, atemorizó a los poderosos. Así lo recuerda uno de aquellos que aún permanecen ateridos al parlante de la Avenida Jiménez con carrera séptima: “Yo escucho esa voz y me parece verlo, lo veo en sus ademanes, veo su mirada. Él vivía intensamente sus palabras; y sus manos, que eran largas, cuando terminaba de hablar, se volvían astas de acusaciones para señalar responsabilidades y su cuerpo se echaba para atrás y otra vez se balanceaba hacia delante, para finalmente, gritar dramáticamente, como siempre, su grito de ¡A la carga!”. Con la llegada a la silla presidencial del conservador Mariano Ospina Pérez (1946-1950), se desató en el país una de las épocas más aciagas de nuestra historia, página que se conoce popularmente como la Violencia. Entonces, apoyadas por el gobierno, instigadas por los ministros y los consejeros de entonces, absueltas de antemano por los jerarcas y los representantes de la iglesia, y amparadas por la negligencia y la ceguera de los jueces, los
funcionarios oficiales y la fuerza pública, las huestes paramilitares de la época; es decir, los famosos “chulavitas”, la “Popol” o policía política y los “pájaros” que asolaron los campos y ciudades, masacrando al país nacional, y ayudando al gobierno de la “Unidad Nacional” a “refundar la patria” a punta de metralla y de machete (las motosierras de entonces). En medio de este ambiente de odio y de violencia la voz arreció su lucha. Entonces dirigió al presidente Ospina Pérez varios memoriales de Agravios, en el que detalló, de manera pormenorizada y sustentada en pruebas y testimonios, la escala de atropellos que iban “desde la apasionada hostilidad sectaria hasta el asesinato realizado con las más monstruosas características”. En dicho documento la voz denunció crímenes cometidos por parte de ciudadanos conservadores, bandas armadas, la fuerza pública, o las autoridades locales en: Samaniego, El Guamo, Chita, Moniquirá, Pamplona, Anserma, Sandoná, Laguado, Ráquira, Guamaltan, Linares, Jericó, Villa del Rosario, Sahagún, Armenia, Soatá, Sardinata, Túquerrez, Roncesvalles, Mogalabita, Cúcuta, Belén, Cuaspud, Quibdo, Aguaclara, Fauna, Sardinata, Ebéjico, Zetaquirá, Cite, Yacopí, Concepción, Chiquinquirá, Tamba, Machetá, Charalá, El Banco, Ceilán, Manta, Tota, El Peñón, Abejorral, Maceo, Durania, Sincelejo, Natagaima, Pasca, Sesquilé, Convención, Teorama, Ginebra, Córdoba, Santo Domingo, Ovejas, Guateque, Sutamarchán, Icononzo, Chiscas, Guacamayo, Ramiriquí, Junín y El Peñol. En su última comunicación, en abril de 1948, la voz concluyó su reclamo de verdad y de justicia, con una sentencia a favor de la adopción de medidas que garantizaran la no repetición de lo sucedido: “Tengo la certeza de que el solo hecho de que las autoridades subalternas lleguen al convencimiento de que el alto gobierno está resuelto a sancionar inflexiblemente a cuantos quebranten las garantías ciudadanas yde que los funcionarios sospechosos de atentar contra ellas no hallaran recompensa oficial sino la destitución inmediata de sus cargos y la judicialización inmediata de sus actos, cambiaría radicalmente el clima de violencia que viven innumerables municipios del país”. Pero no hubo respuesta del gobierno y las masacres continuaron.
La voz sabía que los suyos seguirían sus pasos. Entonces convocó al pueblo de todos los partidos a ser protagonista del acto simbólico de mayor contundencia de nuestra historia: la Marcha del Silencio. Así, el 7 de febrero de 1948, unas 350.000 personas venidas de los mismos sitios en que la violencia se enseñoreaba, en absoluto silencio y portando banderas negras, símbolo del luto que se cernía sobre los campos y ciudades, colmaron la Plaza de Bolívar y sus calles adyacentes. Allí, con la rabia y el dolor trastocados en emoción y en borbotones de dignidad, la voz pronuncio la célebre Oración por la Paz. Entonces se dirigió al presidente Ospina: “Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la
3 Gaitán, Jorge Eliécer. Memorial de Agravios al presidente Mariano Ospina Pérez. Bogotá. Abril de 1947.
patria. Impedid señor la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo”.
El 9 de abril, dos meses y dos días después de aquella manifestación a favor de la vida, la voz fue asesinada traicioneramente, tal y como sucediera con Rafael Uribe Uribe, asesinado a golpes de hacha en las escalinatas del Capitolio Nacional el 15 de octubre de 1914, y con los obreros de la United Fruit Compañy, hoy en día conocida como la Chiquita Brand, quienes habían sido sacrificados 19 años atrás. Dicen que tres tiros -uno en la cabeza y dos en la espalda- segaron su vida, y que su reloj y la calma bogotana se detuvieron a la 1:05 p.m., de aquel día. Su cuerpo quedó a pocos metros del edificio Agustín Nieto, donde tenía su bufete de abogado, el mismo lugar en que encontramos a los personajes con los que iniciamos el presente texto.
Estos personajes lamentan el hecho de que esta tierra haya perdido a aquel dirigente y, sobre todo, que otra madre no haya parido a otro igual. Muy seguramente ellos, como nosotros, se preguntan qué diría aquella voz si llegara a presenciar el actual destino de la patria. De seguro que entonces, el Memorial de Agravios sería interminable, pero diría por ejemplo, que el 6 de junio de 1957 Guadalupe Salcedo, el líder de las guerrillas del Llano, fue asesinado por agentes de la Policía Nacional, luego de firmar un pacto de paz con el gobierno, que el 6 de noviembre de 1985, en los hechos que rodearon la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, la fuerza pública desplegó un operativo de exterminio que dejó más de un centenar de personas muertas, y una docena de desaparecidos, que el 11 de octubre de 1987, Jaime Pardo Leal fue asesinado por los paramilitares, que el 22 de marzo de 1990 Bernardo Jaramillo corrió la misma suerte y que ya son más de 6.000 las víctimas de la Unión Patriótica, movimiento político que surgió durante los diálogos de paz sostenidos entre la insurgencia y el gobierno del presidente Belisario Betancourt, diría también que el maestro Eduardo Umaña Mendoza fue asesinado por paramilitares el 18 de abril de 1998, que Carlos Pizarro, candidato presidencial de la AD-M19 fue asesinado por paramilitares el 26 de abril de 1990 en un avión en pleno vuelo, que Oscar William Calvo vocero de paz del EPL fue asesinado por un grupo sicarial integrado por agentes del Batallón Charry Solano el 20 de Noviembre de 1985, que el 6 de mayo de 2005 fue asesinado por los paramilitares el humorista Jaime Garzón, que Yolanda Izquierdo, líder de la población desplazada fue asesinada por paramiliares el 1 de febrero de 2007, y que Edgar José Molina (asesinado el 23 de febrero de 2008 en Algeciras Huila), Manuel José Reina Collazos (asesinado el 25 de febrero de 2008 en Vijes, departamento del Valle), Leonidas Gómez Rosso (asesinado el 5 de marzo de 2008 en Bogotá), y Carlos Burbano (cuyo cadáver apareció en San Vicente del Caguán el 11 de marzo de 2008), fueron asesinados por promover la Marcha contra todas las formas de violencia del pasado 6 de marzo.
Pero es seguro que no se quedaría ahí, la voz, recordaría que la United Fruit Company ha seguido usando su riqueza para asesinar a los nuestros, y hablaría también de las 3.500 masacres que han bañado con sangre inocente nuestra tierra, de los 4´000.000 de desplazados que deambulan por las calles, de los más de 30.000 colombianos y colombianas que han desaparecido las
guerrillas, los paramilitares y también la Fuerza Pública, de los 3.200 secuestrados que aún se encuentran en poder de las guerrillas y de los paramiliatres, de las miles de fosas comunes que hoy solo existen en los relatos y en la memoria colectiva, de los cientos de muertos y multilados por las minas anti persona, y de los miles de compatriotas cuyos restos se han esfumado entre la corriente de nuestros ríos…
Uno de estos personajes que evocamos cierra la conversa diciendo: “Siempre he pensado que la voz me persigue, pero hoy se que no es que me persiga su voz. Es al contrario: soy yo quien la persigo para aprisionarla, para tener su eco definitivo en mis oídos”. Lo curioso es que al momento de escribir sus palabras, aquella voz también retumba en mis oídos, y me acuerdo de la familia de Luís Eduardo Guerra, líder de la comunidad de paz de San José de Apartadó, y me acuerdo de su esposa Bellanira Areiza, y me acuerdo de su hijo Deiner de tan solo 11 años de edad. Me acuerdo del también líder Alfonso Bolívar Tuberquia, y de sus hijos, Natalia de 5 años y Santiago de 2 años, quienes fueran asesinados el 21 de febrero de 2005, en un operativo realizado conjuntamente por paramilitares del Bloque Héroes de Tolová, cuyo comandante es Diego Fernando Murillo, alias Don Berna, y tropas adscritas a la Brigada XVII con sede en Urabá, al mando del capitán Guillermo Armando Gordillo Sánchez.
Las víctimas fueron presentadas ante la opinión pública como “guerrilleros caídos en combate”, a pesar de que los pequeños Deiner y Natalia fueron degollados, el cuerpo de Bellanira fue encontrado desmembrado, y el pequeño Santiago fue decapitado cuando apenas estaba empezando a hablar. Al ser enterado del hecho, el Presidente de la República Álvaro Uribe Vélez, se apresuró a felicitar al Ejército Nacional y señaló que “desafortunadamente” algunos miembros de la comunidad eran integrantes de la guerrilla, sin importarle que en el hecho hubiesen sido asesinados con sevicia tres menores de edad, incluido un niño de 2 años.
Sin embargo, tras la confesión de uno de los integrantes de la facción paramilitar que participó en el hecho, la Fiscalía General de la Nación se ha visto obligada a emitir una orden de captura en contra del capitán Guillermo Armando Gordillo Sánchez, los sargentos segundos Ángel María Padilla Petro, Henry Guasmayán Ortega, Darío José Brango Agamez y Óscar Jaime González. Además, y los cabos Sabaraín Cruz Reina, Ricardo Bastidas Candia, Héctor Londoño Ramírez, Luis Gutiérrez Echeverría, Jesús David Cardona Casas, Yuber Carranza Rodríguez, Ramón Mican Guativa y José Carmona.
Que bien le haría al país que la voz enviara un nuevo Memorial de Agravios, esta vez dirigido al presidente Álvaro Uribe Vélez, en el que le dijera que casos como este ameritan que por fin haya una investigación a fondo de las Fuerzas Militares, que para adelantar dicha investigación, tal y como lo solicitara al presidente Mariano Ospina Pérez en 1947, deben designarse “jueces especiales de reconocida idoneidad e independencia”, pues está claro que cuando se cuentan por cientos los “casos aislados” en que integrantes de la Fuerza Pública son responsables de violaciones graves a los derechos humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario, la tesis de que la
Fuerza Pública está empeñada en salvaguardar nuestros derechos se torna por completo insostenible. Que bien nos haría que la voz insistiera en que no basta con destituir a aquellos a quienes públicamente los generales y el Ministro de Defensa señalan como “frutas podridas” y que el mejor favor que le pueden hacer a la organización castrense es que sus integrantes sepan, que el alto gobierno está resuelto a sancionar inflexiblemente a cuantos quebranten las garantías ciudadanas, yque los funcionarios sospechosos de atentar contra ellas no contaran con la complacencia oficial sino con la destitución inmediata de sus cargos y la judicialización inmediata de sus actos, qué bueno que le recalcara que solo así “se cambiaría radicalmente el clima de violencia que viven innumerables municipios, departamentos y regiones del país”.
Por eso yo también quiero perseguir aquella voz. Por eso me he sumado al esfuerzo de los cientos, los miles de colombianos y colombianas que saldrán a la calle el próximo miércoles 9 de abril para hermanarse en un grito mudo pero contundente. Por eso, el próximo miércoles, a las 11:00 a.m., estaré en la calle 26 con carrera 7ª, dispuesto a caminar en silencio las 16 cuadras que separan la Plaza de Toros y la Plaza de Bolívar. Por eso, también acercaré mi oreja al parlante y permitiré que aquella voz incite a mi corazón a seguir luchando. Por eso, también estaré allí, en la Plaza de Bolívar, contagiándome de aquella voz, acompasándome con ella para clamar, para exigir verdad, justicia, reparación integral a las víctimas, y garantías de no repetición. Por eso me detendré ante la imagen de la voz para depositar una flor por la vida. Por eso me congregaré en la plaza y evocaré a quienes han dado la vida por la libertad y la dignidad de nuestro pueblo…
Saldré el próximo miércoles, para evidenciar el fracaso de quienes se abrogan el derecho de decidir la vida y la muerte. Saldré para evidenciar el triunfo rotundo de la vida. Por todo esto, saldré el próximo miércoles y al hacerlo no quiero evocar un Gaitán muerto. Quiero sentir que ¡GAITÁN VIVE!, quiero sentir que su pensamiento, sus ideas y su ejemplo son agua con la capacidad y la fuerza suficientes para mantener viva la esperanza, quiero recordar su grito y decir con las palabras suyas: “Ponga fin, señor Presidente, a la violencia. Todo lo que le pedimos es la garantía de la vida humana, la protección de los más débiles y la restitución de los derechos y la dignidad de las víctimas que es lo menos que una nación puede pedir”.
Por último, ante la imagen de Luis Eduardo Guerra, de su esposa Bellanira Areiza y de su pequeño hijo Deiner Guerra, ante la imagen de Alfonso Bolívar Tuberquia y de sus hijos Natalia y Santiago, al lado de la imagen del maestro Eduardo Umaña Mendoza, incansable defensor del los derechos humanos, y ante la imagen de las víctimas todas, quisiera recordar las palabras que la voz pronunciara el 15 de febrero de 1948 en el cementerio de Manizales, ante los cuerpos de las otras víctimas, las de ese entonces:
ORACIÓN POR LOS HUMILDES
Discurría vuestra existencia de hombres buenos, de gente honrada y sencilla, sobre las mansas aguas, hacia el destino de todo humano vivir, cuando un golpe aleve de hombres malos y crueles os arrojó hacia las playas del silencio y de la muerte.
Verdad es que los hombres de ánima helada os arrancaron de nuestro lado, de nuestros brazos, de nuestras luchas, pero sólo consiguieron multiplicaros en lo íntimo de nuestra devoción, de nuestro recuerdo y nuestro afecto.
Verdad es que vuestras pupilas ya no se encienden en luz de amor por vuestras madres, por vuestras novias o por vuestros hijos: hombres malos las apagaron.
Verdad es que vuestras gargantas no serán ya el alegre clarín para cantar los cantos de la democracia que nuestras huestes cantan: hombres malos las silenciaron.
Verdad es que vuestros corazones no vibrarán más al ritmo de las emociones de los libres que las ideas liberales alientan: hombres malos las detuvieron.
Verdad es que vuestros brazos y vuestros músculos no modelarán ya sobre la tierra o en el taller el crecer del fruto y la riqueza de que la patria ha menester: hombres malos os lo impidieron.
Verdad es todo esto. Dolorosa verdad, angustiosa verdad, que golpea con golpe de ola la noche sobre nuestro corazón. Pero es verdad a medias.
La tiniebla de vuestras pupilas se ha trocado en luz de estrella conductora de nuestras gentes.
El silencio de vuestras gargantas es ahora grito de justicia en nuestras gargantas; el desaparecido ritmo de vuestros corazones es ahora indomable raudal de energía para nuestra fiera voluntad de lucha.
Vuestros miembros inmovilizados son ahora centuplicada fuerza que nos empuja sin tolerar descansos; y que no ha de suspenderse hasta devolver a la República el camino de la piedad, del bien y de la fraternidad, que hombres de aleve entraña les han robado.
Verdad es, compañeros de lucha, tronchadas vidas, buenas y humildes, que os lloramos. Pero nuestro decoro nos impide lloraros adentro. Y en el río interior de nuestro llanto ahogaremos las dañadas plantas que envenenaron con su perfidia el destino de la patria.
Compañeros de lucha: sólo ha muerto algo de vosotros, porque del fondo de vuestras tumbas sale para nosotros un mandato sagrado que juramos cumplir a cabalidad. Seremos superiores a la fuerza cruel que habla su lenguaje de terror a través del iluminado acero letal. El dolor no nos detiene sino que nos empuja. Y algo profundo nos dice que al destino debemos gratitud por habernos ofrecido la sabia lección y la noble alegría de vencer obstáculos, de
dominar dolores, de mirar en lo imposible nada más que lo atrayentemente difícil. Vuestras sombras son ahora la mejor luz en nuestra marcha.
Compañeros de lucha: os habéis reincorporado al seno de la tierra. Ahora, con la desintegración de vuestras células, vais a alimentar nuevas formas de vida. Vais a sumaros al cosmos infinito que desde la entraña oscura e insomne, alimenta al árbol y a la planta que sirven de alegría a nuestros ojos y de pan a nuestro diario vivir. Pero algo más vais a darnos a través de vuestro recuerdo, ya que la muerte en lo individual no es sino un parpadear de la vida hacia formas más elevadas de lo colectivo y de su ideal.
Compañeros de lucha: al pie de vuestras tumbas juramos vengaros, restableciendo con nuestra victoria los fueros de la paz y de la justicia en Colombia. Os habéis ido físicamente, pero qué tremendamente vivos estáis entre nosotros.
Compañeros: vuestro silencio es grito. Vuestra muerte es vida de nuestro destino final.
NHG-Standaard EpicondylitisEerste herziening Assendelft WJJ, Smidt N, Verdaasdonk AL, Dingjan bij recidieven. Bovendien lijken bijkomen-vervolgens de epicondylus ter lokalisatie R, Kolnaar BGM. Huisarts Wet 2009;52(3):140- van de pijn. Ander onderzoek heeft voor het De standaard en de noten zijn geactualiseerd ten opzichte van de vorige versie (in: Huisarts Wet Evaluatie Etiologi